POLIMENILANDIA


Ante todo, bienvenidos, todas y todos.


Este es un jardín de buenos momentos, un archivo tal vez arbitrario del trabajo diario en los medios de comunicación.


No está todo: apenas piezas --notas, conversaciones, entrevistas, programas--- del rompecabezas que se va armando en el día a día.


Que lo disfruten.













miércoles, 19 de diciembre de 2012

Felices




Felices


Por Carlos Polimeni. Miradas al Sur. Año 3. Edición número 136. Domingo 26 de diciembre de 2010



1. La primera vez que a Sofía le interesó la política tenía 9. Era 1998 y vio un afiche de Fernando de la Rúa pegado en una calle de San Telmo. Le preguntó a su padre quién era ese señor tan feo y su padre le contestó que era el que iba a ganar las elecciones del año siguiente, para convertirse en presidente. A Sofía se le llenaron los ojos de sorpresa. “Pero..., ¿en la Argentina puede haber otro presidente que no sea Menem?”, preguntó, intentando asegurarse de que no estaban dándole una información equivocada. Los niños de los ’90 habían conocido sólo un presidente y vivían en una era en que la política parecía una cosa sucia, desgastada, un asunto que daba bronca o impotencia. De la Rúa le ganó las elecciones a Eduardo Duhalde al año siguiente, ya se sabe, pero Eduardo Duhalde estaba sentado en el sillón de presidente cuando el horrible 2001 se había transformado en 2002. Era una época rara: Lilita Carrió parecía progresista y citaba a los grandes pensadores de la historia, no a Magnetto. Sofía creció con sus ojos enormes llenos de preguntas: el país no dejaba de ser casi nunca una caja de sorpresas, un rompecabezas que nunca termina de armarse, un mecano sin instrucciones, a veces, como diría Alfredo Zitarrosa, una novela canallesca escrita por un loco. Hasta que un día de este siglo ciertas cosas empezaron a ponerse en un lugar del que no se retorna, tal vez cuando Néstor Kirchner mandó a descolgar la foto de Jorge Rafael Videla, quizá mucho más adelante, cuando la llamada crisis del campo, la Asignación Universal por Hijo o con la ley del medios, a lo mejor en un momento hoy impreciso. El 28 de octubre de 2010, Sofía, a los 22 años, hizo nueve horas de cola para despedir el cuerpo sin vida de Néstor. Este mes, aunque ella aún no consiguió un ejemplar, apareció sin quererlo en una fotografía con que la revista Rolling Stone retrató el fenómeno de las nuevas generaciones de argentinos sumándose a la arena política, en una instantánea capturada en un acto en el Luna Park. Ahora sabe, al fin del tiempo, que hay presidentes de los que un argentino puede sentirse orgulloso.

2. Irene descubrió las masas el 9 de julio de 2003, en la Plaza de Mayo. Ese día actuaban en un escenario dando la espalda a la Casa Rosada dos artistas populares que durante muchos años habían sido perseguidos por el poder. Hacía frío. Estaba a un costado del escenario cuando León Gieco, que sucedía en el escenario a Víctor Heredia, cantó con la multitud, por enésima vez, Sólo le pido a Dios. Irene coreó, con el rostro lleno de emoción, una verdad colectiva surgida de dolores profundos, que dice que la guerra “es un monstruo grande y pisa fuerte, toda la pobre inocencia de la gente”. Después aplaudió a rabiar, dando muchos golpecitos con las palmas de sus manitos, porque era la única de todas esas canciones largas que conocía, a sus seis años. Ver a los músicos de cerca, escuchar el sonido potente de las guitarras, el bajo y la batería, observar esa marea de cabezas extendiéndose hasta el Cabildo de los libros de Historia, le resultó una experiencia impactante. Ahora le gustan más Andrés Calamaro y Kevin Johansen que Gieco y Heredia, y no puede creer que en el Colegio Nacional una agrupación de chicos radicales haya hecho campaña con el lema “Por un centro de estudiantes, no de militantes”. No puede creerlo porque para muchos otros chicos en edad de secundaria la palabra militante cobró un sentido que había perdido hasta antes de ayer. Por eso veló las urnas cuando hace unas semanas La Jauretche ganó las elecciones en el Colegio Nacional Buenos Aires y se acostó cuando ya salía el sol, con la alegría del triunfo temblándole en la garganta. Para muchos de sus amigos, que están despertando a la vida adulta, Argentina 2010, con todas sus contradicciones pero todos sus avances, con todo lo que falta, pero todo lo que se hizo, es un país donde vale la pena haber nacido, no una invitación a pensar que la salvación está en Miami, Roma o Barcelona.

3. Franco nació en 2000, en un mundo que se convulsionaría en breve por el atentado a las Torres Gemelas, en que viajar en avión equivaldría a ser sospechoso de algo. Era un bebito cuando la Alianza pensó que la solución a los problemas económicos era que fueran ministros de Economía Ricardo López Murphy o Domingo Cavallo. El primero anunció de movida un recorte al presupuesto universitario y duró menos que un pelado en la nieve. El segundo era el ministro más emblemático de los años de Carlos Menem en el poder. E hizo en el siglo XXI lo mismo que la mayoría de los poderosos del siglo XX: operar de tal manera que los pobres fueran más pobres y los ricos más ricos. Todavía tomaba la mamadera –gritaba de noche “¡queeeero una leeeecheee!”– cuando a aquel genio del manejo de los números, el auténtico Hood Robin argentino, se le ocurrió el corralito. Un día, preguntó si ese corralito también lo habían inventado para los chicos inquietos, como él. Vio a sus padres sudar la gota gorda para llegar a fin de mes y palpó en persona la angustia de los que se preguntan cuándo y cómo se llega a la estabilidad, a las promesas cumplidas. Un chico de salita de dos cuando Duhalde devaluó el peso, pero antes les avisó a los grandes capitales que pasaron sus ahorros a dólares mientras el resto caía en un abismo. Este año, antes de viajar a Brasil para un casamiento, Franco se declaró en público “kirchnerista, chavista y lulista”, sin que nadie se lo pidiera. Tiene 10 años y tal vez no sea nada de eso, pero anda por la vida con la alegría del que no tiene vergüenza de decir lo que piensa. El día en que actuó de Cornelio Saavedra junto a sus compañeros de cuarto grado, toda la escuela cantó para cerrar el acto Inconsciente colectivo, de Charly García. Muchos padres tenían los ojos llenos de lágrimas.

4. Luca sólo ha vivido con los Kirchner como presidentes: nació en abril de 2004, en plenas ¿felices? Pascuas. Un sábado mientras veía por televisión La Momia 3 dijo que cree que es peronista, además de kirchnerista. No tiene, claro, la menor idea de quién fue Perón. Horas más tarde, después de preparar y cenar ensalada de palta con tomate, aseguró que lo de peronista era un chiste. Pero sí sabe de Macri: es “un pibe que dijo que iba a arreglar todas las calles pero todavía no arregló ninguna”. Y por su compañerito Lautaro, y a lo mejor también por Santino, se prendió este año en los recreos de la Escuela del Árbol al misterioso juego “TN miente”. En un bar de Almagro preguntó hace poquito qué significa ser progresista, después de escuchar a su hermano plantear el mismo interrogante, aunque sacado de un libro de la saga de Narnia, que se ganó en un concurso en una presentación editorial. El progresismo es algo difícil de explicar, en la Argentina 2010. El peronismo también. Acaba de comprar una edición nueva de El Eternauta, porque tiene “muchos platos voladores y extraterrestres”. No sabe que nuestro único héroe en este lío anda disfrazado de Juan Salvo por las calles de la ciudad. Luca es un chico feliz, en un momento apasionante de un país que va hacia algún lado. Tiene una camiseta de la selección argentina con el nombre del Pipita Higuaín, pasó a segundo grado, está fascinado porque empezó a leer diarios, y, sobre todo, toma una pócima muuuy poderosa que te convierte en más que fuerte, aunque el resto del mundo le diga “jugo de manzana”. Es el único de la familia que aún cree en Papá Noel y los Reyes Magos, y tiene todo el derecho del mundo. Les escribe cartas aunque ahora dude un poco, que dudar humano es.

5. Sofía, Irene, Franco y Luca son mis hijos. Esta semana, alentado por los menores, compré por primera vez en la vida un billete de Lotería, esperando ganar, como todos, aunque no creo, ni creeré, en los que se salvan solos. Si gano, los llevaré a los cuatro a Costa Rica, a conocer el país en que está sepultado su abuelo Dante, al que sólo la mayor conoció, y apenas. Su abuelo, mi padre, se fue un poco apurado de la Argentina, en 1976, y murió allí con apenas 56 años en 1993, en la mitad de su librería, que se llamaba Macondo. En el exilio prolongado hasta la muerte que él mismo eligió como su casa –pese a que luego de1983 hubiese podido volver–, la Argentina era muchas cosas, pero sobre todo la patria ausente, los sabores perdidos, los olores irrepetibles de la infancia, los amigos muertos, la música de la nostalgia y, una y otra vez, las broncas por la obediencia debida, el punto final, los indultos, la inflación exasperante, los malos gobiernos. Si gano la Lotería, si los llevo, me pararé frente a su tumba, con sus cuatro nietos argentinos y les diré en voz alta: “El soñó vivir en un país como aquel en que ustedes viven”. Es que en los últimos meses me he ido convenciendo de que mi padre era kirchnerista antes que el kirchnerismo existiera. 

6. Felices Fiestas, a todos y todas.

Con Sandra Mihanovih en Polifacético







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El problema del pasado es que a veces te lo cuentan cambiado



El problema del pasado es que a veces te lo cuentan cambiado








La historia comenzó el lunes pasado, cuando algunos medios argentinos reprodujeron unas declaraciones de Federico Luppi a un programa de Canal 10 de Montevideo, emitido el sábado pero grabado una semana antes. Al actor, que había ido a Uruguay para concretar tres funciones de la obra Por tu padre, cuyo protagónico comparte con Adrián Navarro, le hicieron el juego de pedirle opiniones sobre figuras públicas de la televisión en el marco de una entrevista larga y distendida. Fue cálido con China Zorrilla, tibio con Marcelo Tinelli y casi escatológico con Susana Giménez, tras preguntarles a las conductoras si le permitían una grosería (“fisiológicamente, hay gente que caga por la boca”, dijo). Cuando le mostraron una foto de la diva de los almuerzos telefónicos, su respuesta fue algo más que contundente: "No se qué me irrita más de Mirtha: si su profunda, extensa ignorancia o el carozo totalmente reaccionario de su alma”. Y agregó: “Pobre, un alma pobre. Dice cosas que son realmente agresivas y que desmienten la capacidad humana de convivir”.
El martes, ya que el lunes su programa había salido grabado, Mirtha contestó a esas apreciaciones con la cara avinagrada por el rencor, como si no hubiese sabido que Luppi –como muchas otras personas– piensa eso, y está dispuesto a decirlo cuando se lo pregunten. Al fin y al cabo, se supone que los actores son reflejos de la sociedad que los rodea. Sin embargo, alguien le sopló a Mirtha que había palabras de Luppi que parecían similares a otras que le había dedicado el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, y ella percibió una clara conspiración en su contra. “Me sorprende que este gobierno posibilite que los actores hablen mal de sus colegas”, masculló con su tono de directora de escuela secundaria. “¿Usted lo sabrá, señora Presidenta? Si no lo sabe debería tomar nota.” Envalentonada con sus propias palabras, agregó, en un monólogo algo errático: “¿Qué es esto? Actores contra actores, es increíble. Yo no soy de izquierda, pero ojo, tampoco soy de derecha. Soy de centro y adoro la democracia.” Acto seguido identificó a Andrea del Boca, Esther Goris y Florencia Peña como otros arietes gubernamentales en la pugna por desacreditarla. Goris dijo en un programa de televisión lo que la mayoría de la sociedad tiene claro: que hay muchas evidencias de la colaboración de Mirtha Legrand con la dictadura 1976-1983. No en vano Mirtha es la misma persona que saludó la llegada al poder de Néstor Kirchner y Cristina Fernández preguntándoles a boca de jarro si era cierto que ahora se venía “el zurdaje”
Un día después, tras haber visto por televisión sus reacciones de Torquemada del siglo XXI, Marilina Ross le comunicó a la producción que no asistiría al programa del día siguiente (al que estaba invitada desde la semana previa junto a Julia Zenko) en repudio a los agravios de Mirtha a los actores que encuentran a este gobierno por lo menos interesante. La producción le armó para el jueves una mesa con periodistas, todos dispuestos a escucharla con interés: Osvaldo Granados, Clara Mariño, Luis Ventura y Osvaldo Bazán. Ventura, hombre de la casa, concurrió con una misión específica: hablar pestes de la vida personal de Luppi sacando a luz una serie de notas publicadas en los años ’80, cuando su tormentosa separación de Haydeé Padilla fue la comidilla de los interesados en los chimentos de la farándula. Además, Ventura maltrató al actor por el tema de su relación (o su no relación) con un hijo uruguayo de once años, asunto por el que Luppi había contestado ya a los periodistas uruguayos. Eso sirvió para que, entre otros, se prendieran a pegarle a la supuesta alianza entre Luppi y el Gobierno el siempre sorprendente Jorge Lanata, que habló en su programa de Canal 26 sobre los actores que se sienten “bajando de la Sierra Maestra”.
Pálido y molesto por estar participando de una situación que daba vergüenza ajena, Bazán le sugirió a Mirtha que explicara si había tenido o no relaciones con la dictadura. La señora de Tinayre, que debe creer que no existen los tapes ni la memoria colectiva, se explayó en explicaciones sobre cuán independiente había sido su trabajo en la televisión de los años de plomo, aunque olvidó explicar por qué no trabajó desde el retorno de la democracia hasta que se instaló en la Casa Rosada un señor llamado Carlos Menem. Tan enfrascada estaba en su propia indulgencia con el pasado –en su visión actual jamás tuvo trato con los responsables del genocidio– que incluso contó cómo fue que un día fue retratada por la revista Gente saludando al asesino Alfredo Astiz delante de muchos testigos. Cuidando muy bien su relato, recordó que había asistido sin muchas ganas a una fiesta en una confitería llamada Lepanto, en la Avenida del Libertador al 2100, cerca de su casa, a la que también estaba invitado el almirante Emilio Massera y que en esa situación Astiz la había abordado para declararle su admiración.
No debía ser una cena de nenes de pecho: entre otros invitados estaba allí, mencionó al pasar, el “conocido abogado Pedro Bianchi”, con quien ella misma tenía una estrecha relación. Bianchi fue el abogado de Massera, entre otros púberes inocentes. Lo raro es que nada de lo que cuenta se deduce en aquella edición de Gente, la revista que más trabajó para hacerle favores a la dictadura. Bajo el título de “Sorpresa y media”, la señora de Tinayre luce en la doble página una sonrisa espléndida mientras el hombre que se dijo alguna vez como el mejor preparado para matar compatriotas, aunque se rindió ante los ingleses en las Georgias sin disparar un bala, la cholulea con timidez. El agregado de una foto de Massera a la composición gráfica no deja dudas respecto de la intención de la nota: exhibir la amable convivencia entre los represores y cierto sector de la farándula. Lepanto, se lo recordó el propio Ventura durante el almuerzo al que asistió con dos sobres de archivos contra Luppi, era un lugar por demás conocido de reunión de uniformados, amigos y adherentes. No fue éste, ni en broma, el único contacto de Mirtha con los militares.
Tal vez, lo mejor que podría hacer Mirtha es seguir hablando de rosas rococó. En la medida en que habilite un camino de respuesta a las críticas que se le hacen por sus dislates en cámara con datos sobre la vida privada de otras personas abrirá un camino para que se hable en público sobre la suya. Y ahí hay tanta tela para cortar que espanta: la verdad de su tormentoso matrimonio, su hijo convenientemente ocultado a la luz pública por gay, sus amoríos clandestinos con personalidades bastante sueltas de boca, la miserabilidad de su contabilidad personal. Este año, contó por primera vez en cámaras que una sobrina suya estuvo detenida ilegalmente, pero olvidó agregar que cuando pidió por ella a los gerentes armados de la dictadura, con la que dice no haber tenido trato, no lo hizo por su marido, que fue masacrado. La mitad de su propia familia no le dirige la palabra por su actitud al respecto. Y la otra mitad dice cosas entre bambalinas que resultan imposibles de repetir. Luppi apenas expresó en público lo que medio mundo sabe y anda diciendo por ahí. El problema de Mirtha es su propia historia, está en su espejo, debajo del maquillaje. Es ella la que no resiste archivos.


Chávez y Hebe





Charla con Hebe de Bonafini luego de su regreso de Venezuela, donde fue premiada por Hugo Chávez con la orden “Argelia Laya”.
El premio que obtuvo fue "en reconocimiento a su notoria labor por de los Derechos Humanos y de las reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres y de las Madres del mundo".

“Chávez quiere que forme las Mujeres Latinoamericanas”, dijo la titular de Madres de Plaza de Mayo.

Durante la charla, habló de la lucha y de la transformación que se logró en materia de Derechos Humanos en nuestro país. “Es posible gracias a que tuvimos a Néstor y ahora a Cristina”, señaló.

martes, 11 de diciembre de 2012

La vida de J. Areta, el autor del poema que Kirchner seguirá leyendo siempre




La vida de J. Areta, el autor del poema que Kirchner seguirá leyendo siempre








Un video del ex presidente haciendo propio un texto de un desaparecido, durante la Feria del Libro 2005, generó una emoción importante a millones de argentinos, luego de su muerte. Esta nota cuenta la historia del autor del poema, un militante secuestrado por una patota de la ESMA en 1978, cuando tenía apenas 22 años.


Aclaró que su fuerte no era la lectura y tosió. Luego leyó, con más vergüenza que emoción. Era un momento intenso, pero pasó rápido. En el año 2005, el por entonces presidente Néstor Kirchner eligió leer un poema de un joven desaparecido al participar en la Feria del Libro de la presentación de una obra simbólica. Nadie podía imaginar por entonces que aquella lectura, atrapada para la posteridad por la filmación del acto, generaría cinco años después la sensación de un posible testamento oral de un personaje clave en la historia de la política argentina. Pero así fue: en los días siguientes a la muerte de Néstor, en televisión, en radio, en medios gráficos y hasta en actos públicos, el poema de Joaquín Areta resucitó en la voz para nada ausente de un lector que casi nada sabía del autor.
El poema, ¿lo conocen?, dice así:

Quisiera que me recuerden
sin llorar ni lamentarse.
Quisiera que me recuerden
por haber hecho caminos
por haber marcado un rumbo
porque emocioné su alma
porque se sintieron queridos
protegidos y ayudados
porque nunca los dejé solos
porque interpreté sus ansias
porque canalicé su amor. Quisiera que me recuerden
junto a la risa de los felices
la seguridad de los justos
el sufrimiento de los humildes. Quisiera que me recuerden
con piedad por mis errores
con comprensión por mis debilidades
con cariño por mis virtudes. Si no es así, prefiero el olvido
que será el más duro castigo
por no cumplir con mi deber de hombre. 

El presidente seleccionó el poema de un libro que presentaba en aquella edición de la Feria la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares, en un típico gesto riesgoso para un primer mandatario que asume un compromiso público. No conocía al autor, pero tal vez tenía claro que pertenecía a su propia generación y que como él había estudiado en La Plata. Aquel libro que Kirchner ayudaba a difundir leyendo un poema en público, acaso por única vez en su trayectoria política, se llamaba “Letras vivas” y presentaba una selección de textos escritos, en distintas circunstancias por víctimas del terrorismo de Estado. Para la familia y los amigos de Areta, la reaparición en escena del poema luego del miércoles 27 de octubre resultó una conmoción, una suerte de confirmación de que a veces en la historia existe la justicia poética.
Areta, que era correntino y estudiante de medicina, fue desaparecido en la Esma en 1978, cuando tenía 22 años y un hijo de pocos meses, llamado Jorge Ignacio. Su compañera de entonces, Adela Segarra, es hoy diputada provincial bonaerense por el Frente para la Victoria. Antes fue senadora. Areta no publicó libro alguno en su corta vida, repleta de sueños truncos, pero guardaba una pequeña obra, escrita en el fragor de la vida de militante, en una libreta roja. Seguramente, había leído con pasión la obra del poeta guerrillero salvadoreño Roque Dalton, que murió en 1975. Adela guardó para el futuro aquella libreta “Apuntes” marca Norte número 402.40, industria argentina, hoy llena de hojas amarillentas, algunas de las cuales estaban sueltas, sin saber que un día algunas de sus palabras emocionarían a millones de personas.
La conservación de aquella libreta roja, que durante muchos años fue un tesoro familiar, según cuenta el hijo emocionado que hoy es el treintañero Jorge Ignacio Areta, permitió una recuperación de sus textos principales, que generó que este año apareciera el libro Siempre tu palabra cerca, un poemario de Joaquín primorosamente editado por Libros de la talita dorada, para una colección llamada Los detectives salvajes. La colección fue generada en La Plata con la idea de publicar obras inéditas de poesía perdidas, escondidas o silenciadas por efectos de la era del Terrorismo de Estado junto a otras de poetas actuales “los que van y vienen con ese ayer, los perdidos, literales, huérfanos, menores, decadentes y malparidos por el neoliberalismo poético”.
Joaquín era un chico brillante, nacido en Monte Caseros, Corrientes, en agosto de 1955, pero radicado en La Plata a los 13 años. Hizo el secundario en el Colegio Nacional Rafael Hernández y llegó a ser parte de la conducción de la Unión de Estudiantes Secundarios. A Juan, un amigo de la infancia, le confesó en un tórrido verano en su pueblo, que quería estudiar una carrera corta para ponerse lo más pronto posible al servicio del país. “Quiero a mi patria/ como a mi propia vida”, escribiría un poco más adelante en aquella libreta roja, destinada a ser también su testamento. En 1973, ingresó a una carrera larga que jamás terminaría, Medicina, y un año después conoció a Adela, la compañera que le dio su único hijo. Se sentía un cuadro Montonero hecho y derecho, en lo práctico y en lo teórico, dicen sus textos. En 1976, un hermano suyo, Iñaki, que había sido una de sus referencias políticas, murió en combate. Por Iñaki –así se llama también hoy el nieto que no conoció– escribió: “Te fuiste para dejarnos/un hueco y un compromiso”. A él mismo lo apresó un grupo de tareas, a fines de junio de 1978, apenas terminado el mundial de fútbol, en una cita cantada en Capital Federal.
La sorpresiva muerte de Kirchner sirvió, entre otras muchas cosas, para resucitar la voz de un héroe anónimo de la Argentina Secreta. Justicia poética, que a veces es posible en el país del Nunca Más, Nunca Jamás. 

Entre otros, la libreta roja de Joaquín tenía textos como éstos: 

• Pobre de ustedes, carnaval de palabras raras,
teóricos de lo imposible,
defensores de la derrota,
místicos de lo inexistente,
falseadores de la dignidad,
mercaderes de la mentira,
mercenarios de la injusticia.
Pobre de ustedes, que se revuelcan en el lodo,
pretendiendo ensuciar las conciencias,
que recortan las palabras y los hechos
para estirar un poco su agonía.
Pobres de ustedes y sus ideas,
pobres ideas sin fuerza, como ustedes.
Flaca literatura, defensiva y gris,
castillo de artificios
que se derrumba vertiginoso.
¿Quién de ustedes detiene el fuego?
Quién de ustedes puede contestar a Machado,
Miguel Hernández, Bertolt Brecht, José Martí,
Ernesto Cardenal, Mario Benedetti,
o Carlos Olmedo.
Una sola línea de ellos,
una sola acción, un solo gesto
los acusa y los destruye sin remedio.
Por eso digo pobres filósofos, periodistas,
escritores, directores de todas las CIAs,
educadores del hombre.
Pobres porque la hoguera viene
más rápido que su improvisación,
más fuerte que todas sus aguas
(sean palabras, torturas o asesinatos).
Pobre de ustedes,
desesperados defensores de Occidente. 

• Este poema es para ustedes, compañeros.
los que empuñaron la bandera,
los que gritaron su esperanza,
los que avanzaron y cayeron. 

Este poema los recuerda a todos.
a todos los que sumaron,
a todos los que dejaron
una huella, una obligación. 

Este poema es para todos,
los que resistieron hasta el último minuto
sin dar treguas ni victorias al enemigo,
los que comprendían más o menos
y al morir se llevaron su contradicción,
los confundidos o los equivocados
a quienes no se les perdonó haber sido
los inocentes; los miles de inocentes
que arrastró la furia irracional. 

En cada letra de este poema,
quiero que estén presentes todos
para que quien lo lea
vea el rostro sufriente y heroico
de nuestra hermosa revolución
Y desde allí, desde sus tumbas,
sigan construyendo
porque su ejemplo da ganas,
su sacrificio abre ojos,
su coraje arma brazos
y sus errores evitan otros.
A todos, todos, este poema
los recuerda compañeros.

Te extrañamos, Flaco





 En "Voces del Sur", realizamos un homenaje a Luis Alberto Spinetta.
Uno de los más grandes artistas que dio nuestra patria falleció el miércoles 7 de febrero.
El recuerdo de aquellos que lo conocieron, todos los que lo admiran y los que lo extrañan, por la Radio Pública.

La canción que unió a Huerque Mapu, Hebe Rosell, Calamaro y Kirchner



La canción que unió a Huerque Mapu, Hebe Rosell, Calamaro y Kirchner








El músico escribió en México un homenaje al ex presidente, luego de enterarse de su muerte. Esta nota cuenta la historia de una relación, casi secreta, con una canción en el medio.


Néstor era un veinteañero flaco, alto, desgarbado y de pelo largo cuando escuchó por primera vez al grupo Huerque Mapu, en los convulsionados primeros años ’70. Para un militante de la izquierda peronista los Huerque Mapu eran parte posible de la búsqueda de la propia identidad: se trataba de un grupo claramente vinculado con las luchas del momento, que había debutado en Capital Federal tocando en un acto en la Facultad de Arquitectura a beneficio de los obreros agrupados en algunos de los sindicatos más combativos. Entre los cuatro varones del quinteto, la voz de la soprano Hebe Rosell se hacía notar de inmediato. El grupo, que pagaría más adelante muy caro su decisión de grabar en 1974 la llamada Cantata Montonera, inspirada en la chilena Cantata Santa María de Iquique, trabajaba con los arreglos más típicos de la renovación del folklore de los ’60, pero agregándole una evidente dosis de sentimientos que prenunciaban una nueva era, que estaba naciendo, y que terminaría luego de la breve primavera camporista. “Vamos a hacer la patria peronista, vamos a hacerla montonera y socialista”, cantaban las multitudes de las que Néstor y su joven novia Cristina se sentían parte.
Los otros integrantes de aquel Huerque Mapu (Mensajeros de la Tierra, en mapuche) eran Naldo Labrín, Tacum Lazarte, Ricardo Munich y Lucio Navarro. Un poco después de haber descubierto al grupo, Néstor se “enamoró” de su versión de Adagio en mi país, un tema premonitorio de Alfredo Zitarrosa. El propio cantor uruguayo escribió en la contratapa de aquel disco un texto consagratorio, en el que destacaba su emoción de autor al asistir a la grabación de Huerque Mapu, en un estudio porteño. Le conmovía, entre otras cosas, el avanzado embarazo, que le cortaba el aliento, de Hebe Rosell. Nadie sabía que un por entonces preadolescente hermano menor de aquella mujer embarazada se convertiría un día en una estrella de rock. El hermanito de Hebe se llamaba Andrés Calamaro. Unos 25 años después de aquellos hechos, en una tácita cita a aquel disco de Huerque Mapu que tanto le gustó al Néstor Kirchner veinteañero, Andrés grabaría su propia versión de Adagio en mi país, para un compact casi fantasma de homenaje a la causa zapatista, producido por su hermano Javier.
Cuando Néstor Kirchner fue presidente se enteró de la historia que unía su militancia juvenil, una época que lo marcó para siempre, con la vida de la familia Calamaro, y con Hebe en el recuerdo, invitó a Andrés a la Casa Rosada, y luego a un viaje en el avión presidencial. El músico pidió que no se hiciera prensa de esas actividades porque no buscaba promoción de una relación que estaba empezando y que tenía en el medio el afecto de un político de primer nivel por una artista que la Argentina actual apenas si conoce. En México, donde vive desde los años de plomo, Hebe Rosell ha desarrollado una larga carrera como actriz, y vuelve aquí muy de vez en vez. Cierta vez, Hebe le hizo llegar a Kirchner una carta de elogio a su tarea como presidente. Emocionado hasta las lágrimas, el primer mandatario llamó a Andrés para contárselo, un inolvidable 30 de diciembre. De aquellos encuentros y comunicaciones telefónicas surgió una relación de cordialidad entre el autor de Mil horas y otros miembros del Gobierno, que lo admiran en silencio. Eso explica, por ejemplo, la presencia del jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, en el comienzo del nuevo videoclip del músico, Tres Marías, estrenado el mes pasado.
“Me pareció que eran actividades que debían quedar en el mundo de lo privado, porque fueron encuentros entre personas que intentaban conocerse por una corriente de mutua simpatía”, le contó el músico a Miradas al Sur sobre sus encuentros con el hoy fallecido ex presidente. A tal punto esa simpatía fue privada que el músico quedó afuera este año de la programación artística de la Fiesta del Bicentenario, lo que generó por entonces especulaciones estúpidas, de los estúpidos a sueldo, sobre cuál era su actitud hacia la política general del Gobierno. “Yo vengo de una familia de socialistas y desarrollistas y como artista que soy, creo que el mejor gobierno es ningún gobierno”, puntualiza Calamaro sobre su relación con la política. “Pero al mismo tiempo tengo claro que Néstor Kirchner fue el mejor presidente que tuvo la Argentina en los últimos cincuenta años, de los que viví cuarenta y nueve y medio, y que eso la historia lo reconocerá, lo está reconociendo”. Calamaro, que tiene un grupo de agitación poética llamado La Tropilla de la Zurda, ha dicho ya más de una vez en público que ve la vida desde una perspectiva vinculada a las teorías del marxismo.
Por unas de esas sincronías en que se empeña el destino, Calamaro estaba en México, cerca su hermana, presto a tocar allí, cuando se enteró la semana pasada de la muerte del ex presidente. Allí en caliente, casi sin usar, por ejemplo, signos de puntación, escribió el texto que sigue, que se entiende con facilidad si se le agregan los elementos de la historia contada hasta aquí en esta nota. Néstor es el texto de Calamaro que acompaña esta nota y que circula en Internet, ya que fue subido de inmediato a su blog.
No sería raro que de este texto surgiera una canción, y que esa canción fuera a parar a un próximo disco. Adagio en mi país dice, en su versión completa: “En mi país, qué tristeza/la pobreza y el rencor/dice mi padre que ya llegará/desde el fondo del tiempo otro tiempo/y me dice que el sol brillará/sobre un pueblo que él sueña/labrando su verde solar./En mi país qué tristeza,/la pobreza y el rencor./Tú no pediste la guerra/madre tierra, yo lo sé/dice mi padre que un solo traidor/puede con mil valientes/él siente que el pueblo, en su inmenso dolor/hoy se niega a beber en la fuente/clara del honor./Tú no pediste la guerra/madre tierra, yo lo sé./En mi país somos duros,/el futuro lo dirá./Canta mi pueblo una canción de paz/detrás de cada puerta/está alerta mi pueblo/y ya nadie podrá/silenciar su canción/y mañana también cantará./En mi país somos duros/el futuro lo dirá./En mi país, qué tibieza,/cuando empieza a amanecer./Dice mi pueblo que puede leer/en su mano de obrero el destino/y que no hay adivino ni rey/que le pueda marcar el camino/que va a recorrer/En mi país, qué tibieza/cuando empieza a amanecer”.

Con Arturo Bonín en Polifacético











Para verlo por YouTube:



Voces del Sur








Comunicate con la producción del programa
El programa se transmite por AM870 de lunes a viernes de 22 a 24 hs





viernes, 7 de diciembre de 2012

Libros



Algunas portadas.















Fotos de Radio











Persona non grata



Persona non grata






El consulado de los Estados Unidos en Buenos Aires le negó a la cantante Liliana Herrero el permiso necesario para que actuara en Nueva York, participando de la presentación de algunos de los temas que el músico de jazz Guillermo Klein incluyó en un disco de homenaje al genial autor y compositor Gustavo Cuchi Leguizamón. La entrerriana, considerada por Mercedes S.osa como la máxima figura del canto de raíz folklórica, había sido invitada por Klein a participar en dos o tres momentos del espectáculo que, durante una semana, presentó en el mítico Village Vanguard, y que luego repitió en el IFT de Capital Federal. Aceptó viajar, costeándose el pasaje de su propio bolsillo y sin que hubiese dinero para pagarle por su participación, por una combinación de sus ganas de conocer aquella ciudad con el encanto que le producía cantar en una sala por donde pasaron, entre otros, John Coltrane y Billie Holiday. No sabía que la esperaba “un interrogatorio infernal” en la representación local del gobierno del país que se piensa a sí mismo como el más poderoso del mundo.
Una vez que pudo ordenar los hechos, escribió la historia –le puso como título “Detrás de un vidrio duro”– para que nadie tuviese que traducir sus vivencias ni hubiese desmesuras en el relato. Se dispuso a hacer público lo que consideraba más una estupidez que una afrenta, aunque fueron ambas cosas. Después, un poco se le pasó, atareada en eso de vivir. Cantó al Cuchi, como lo hace desde siempre, con el alma, el corazón, la garganta y el cerebro, y la gente, en Buenos Aires, como siempre, la aplaudió de pie. El texto que escribió decía:
“Concurrí al Consulado para resolver, con tiempos mínimos, problemas en el pasaporte que percibí a último momento. Llevé las notas de prensa que daban cuenta de mi participación en el concierto, justificando la urgencia del trámite. El diálogo cortante que escuché del otro lado del vidrio fue increíble y entristecedor. No sólo para mí. Percibí de repente cómo se ejercen ciertos lenguajes y cómo están las cosas en el mundo. No es que no supiera las dificultades, las formas pesadas y grises de la historia contemporánea que a todos nos afligen. Pero, desencadenadas de repente en un trámite consular, me parece que pasan más allá de la tenue línea que separa la convivencia –aun en tiempos difíciles– de la arbitrariedad. Fui acusada por esa funcionaria consular de “desconocer las leyes norteamericanas”, de “actuar de mala fe ante la Embajada”, de “ser una profesional que iba a trabajar”, que debido a eso “no podría solicitar otra visa ahora hasta dentro de un año” –suprema penalidad de un dios secreto que rige nuestras vidas en cualquier oficina consular–, en fin, de estafar al pueblo norteamericano.
No conozco los Estados Unidos pero sé de la complejidad de su cultura, su música y su literatura. Cantar algunas noches de invitada en el mismo lugar donde había tocado John Coltrane –para citar sólo uno de los grandes músicos que han pasado por ese lugar– forma parte de comprensibles mitologías personales. Pero, para una señora que dictaminaba e interrogaba al igual que viejos funcionarios coloniales frente a nativos iletrados a los que percibía como aprovechadores, se convirtió en una afrenta personal grave, absurda, torpemente arrogante. En efecto, no conocía la minucia de las leyes norteamericanas al respecto, pero después supe que había visas especiales para casos como éste, caso totalmente claro y que explicité desde el comienzo. Reconozco mi ingenuidad y mi idea equivocada sobre este tipo de viajes, que hice a otros países sólo con los normales trámites del caso, a pesar de que el mundo da pruebas a cada paso de la trágica dificultad de las fronteras. Acepto que había leyes norteamericanas que no conocía. Lo que no acepto es recibir en una sede diplomática extranjera un trato con ciertos resabios de instituto disciplinario, si no de penitenciaría.
Los Estados Unidos son un país complejo, donde tenemos muchos amigos, un país cuyas tensiones culturales seguimos con interés y cuya historia contemporánea tiene los aspectos que tantas veces se han discutido. Los músicos argentinos inspiramos muchas de nuestras experiencias en los grandes ejemplos de la música norteamericana, y eso tenía en la cabeza cuando me presenté a la oficina en la que atienden detrás de un duro vidrio, como peligrosísima cantante argentina. La atención mediada por ese vidrio por supuesto es individual, por eso resulta engañosa la entrevista realizada hace unos pocos días en el diario La Nación a esta alta funcionaria consular acompañada por una foto donde dos chicos rubios y sonrientes se presentan ante ese vidrio, pues allí nadie es atendido más que en forma estrictamente individual y sin ninguna sonrisa. Admito ingenuidades, no admito que se me juzgue como “de mala fe”.
Una alta empleada consular creyó evitar así una alteración de las leyes de su país; lo hizo ensayando las peores formas de la humillación en el trato, que nos recuerda todo lo que no queremos para un país, para ningún país.
Señora consulesa, usted ha protegido a su país de una peligrosísima cantante argentina, un poco ingenua, que en un par de noches iba a dialogar y a cantar en un santuario laico de pasiones musicales compartidas, con músicos norteamericanos y argentinos estimables que, afortunadamente, cuando vienen a la Argentina no sufren las mismas humillaciones que usted ejerció desde atrás de un vidrio duro.”

Los lectores de Miradas al Sur, que no necesitan que se saquen conclusiones por ellos, completarán la historia con su propia evaluación.
Para los funcionarios que no funcionan bien, pero cobran salarios dignos por vivir al fin del mundo, algunas acotaciones:
1) El señor Gustavo Leguizamón, de cuya muerte acaban de cumplirse diez años, fue uno de los músicos populares más importantes de la historia del sur de América. Es uno de los responsables de joyas como “La pomeña”, “Balderrama”, “Maturana” y “Zamba de Lozano”
2) El señor Guillermo Klein, que reside en Europa, es un pianista repleto de admiradores entre los propios pianistas y grabó en su homenaje un disco excelente, incluso según The New York Times y Rolling Stone, llamado “Domador de sueños”.
3) La señora Liliana Herrero es una cantante de un prestigio enorme en la Argentina e incluso en países bastante exigentes en materia de arte popular, como Japón y China, Francia y España.
4) Ninguno de los mencionados atentó ni se proponía atentar, en apariencia, contra las reglas de la civilización occidental y cristiana, salvo las de los sordos de oído y alma.
5) Nadie sabe aún qué es peor, si un perverso o un idiota.

Con Iván Noble en Polifacético








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Con Claribel Medina en Polifacético









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(segunda parte sin subir)

Con Leonardo Favio en Radio Nacional



Compartiendo una noche de charlas con Leonardo Favio.





miércoles, 5 de diciembre de 2012

Con Alejandro Dolina en Polifacético




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El cantor que fraseó para la eternidad



El cantor que fraseó para la eternidad

Por Carlos Polimeni. Miradas al Sur.




Un recuerdo del Polaco Roberto Goyeneche, que murió a fines de agosto de 1994 pero seguirá por siempre cantando con un estilo repleto de clase.


En la era de oro de la radio, aquel pibe de Saavedra soñaba una y otra vez con convertirse en un cantor de tangos famoso, con la complicidad de una madre que lo había criado colmándolo de afectos, sobre todo luego de la muerte temprana del padre. Escuchaban juntos programas inolvidables, y él se animaba a cantar sobre los cantores que salían de los pequeños parlantes de la radio a válvulas, mientras María Elena cocinaba, lavaba, planchaba, ordenaba. “Ahí hay una coma, respétela”, le gritaba a veces, siempre pendiente de las letras, mientras el hijo se esforzaba por desentrañar los misterios del género. Un desconocido muchacho rubio y pecoso, nacido por accidente en un pueblo entrerriano pero devoto de un barrio de modales antiguos, empezaba a forjar un estilo único, aunque nadie podía saberlo por entonces. Su madre, que profesaba el amor por la literatura, estaba enseñándole a descubrir que no se puede, ni se debe, cantar por cantar.
En una casa sin padre desde sus cinco abriles, el pibe salió a trabajar temprano, primero en un estudio jurídico, luego en un taller mecánico, al que ingresó como aprendiz. El tiempo pasó lento, como los pocos autos que se animaban por las calles empedradas del norte de la Capital Federal, donde vivía, lejos del centro, siempre pendiente de los partidos de Platense. A los 18 años, alentado por sus amigos, entre ellos los compañeros en el taller, donde había llegado a ser “Medio oficial”, se presentó a un concurso de tango, organizado por un programa exitoso de radio. Lo ganó y ése fue su primer paso hacia un trabajo como cantor: flaco y desgarbado ingresó a la orquesta del maestro Raúl Kaplún. El pibe rubio –por entonces en el barrio le decían Canario–, que jamás había considerado la posibilidad de una carrera en serio como artista, se vio metido en un mundo que desconocía: la orquesta concretaba un promedio de 30 presentaciones mensuales en bailes y piringundines bailables, pero lo que ganaba era apenas al equivalente a un sueldo bajo de empleado de contaduría. Una cosa eran las experiencias que había vivido con sus amigos en los cabarets y boliches, y otra el mundo de los trabajadores del negocio del espectáculo. Trabajar en la noche era mucho más sacrificado de lo que nunca había imaginado. Y la noche estaba, además, llena de vicios.
Un poco después de los 20, el pibe Roberto Goyeneche no quiso saber más nada con el trabajo de cantor de una orquesta más. Pensó: me voy a convertir en un mediocre si nadie me exige. En un artista taxi, de esos que bajan la bandera, se quedan callados, cobran por su trabajo, les guste o no, y siguen soñando en silencio con una oportunidad que nunca llega. Total, con el dinero que había ahorrado ya le había comprado un tapado de astracán a su madre, que de tan orgullosa lo usaba incluso en verano. Bajó dos escalones y renunció a la profesión artística, para dedicarse a trabajar como taxista en serio, manejando un coche que le había comprado un tío solidario. Además, se enganchó como colectivero, porque un solo trabajo no alcanzaba para mantener la casa. El mundo de los músicos profesionales le había quemado el cerebro. Estaba amargado y resentido con las mediocridades del medio. A los amigos les decía: “Si vuelvo a cantar en una orquesta, será si me llama Pichuco”. Era lo mismo que si un jugador que recién hubiese hecho sus primeras armas en Platense se hubiera retirado soñando con ser convocado un día porque sí a la Selección Nacional.
Varios años después de aquella decisión –que había tranquilizado a su madre, centro de su vida– le ofrecieron trabajar en la orquesta del maestro Horacio Salgán, a través de un representante al que conocía del barrio, su amigo Justo José Otero. El autor del revolucionario A fuego lento buscaba reemplazar a Horacio Deval y rearmar el rubro con Ángel Díaz. Goyeneche, que estaba alejado del “ambiente” escuchó un disco con dos temas de esa orquesta y dijo que sí. “Me gustaron esos arreglos japoneses, raros, refinados”, explicaría mucho después. Díaz lo bautizó como El Polaco, impresionado por su pelo, largo para la época, y rubio. Los inmigrantes polacos habían sido más que frecuente en el ambiente caldeado del Buenos Aires del tango prostibulario de principios del siglo XX. Con la orquesta del genial Salgán grabó diez temas, concretó actuaciones importantes en radios y clubes nocturnos, y se dio cuenta de que había un tango diferente a aquel domesticado que parecía haberlo vencido cuando era más pibe. Que la Guardia Vieja era definitivamente Vieja y que hacían falta otras vanguardias. Que podía encarnar el modelo de una Nueva Guardia entre los cantores.
Tenía 30 años, cuando lo convocaron en 1956 para tocar en la Orquesta de Pichuco, que al conocerlo había dicho que parecía un cowboy, no un cantor. Entre ambos hubo, sin embargo, un flash. Se adoptaron como amigos y compañeros de andanzas. La Orquesta de Troilo le permitió aunar su gusto por los arreglos diferentes y arriesgados con la popularidad, las luces del centro y las aventuras noctámbulas. Con el respaldo de Troilo pudo llevar adelante la aventura de fundar un estilo, a partir de la estirpe gardeliana de su formación, pero teniendo en cuenta su natural tendencia a ser un músico que cantaba, no un cantor más. Se animó a mucho más de lo que había intentado el recordado Angelito Vargas: hizo del fraseo una herramienta permanente de trabajo. Frasear –jugar a retrasar o adelantar el tempo en que se canta, para coincidir luego con la música, jugueteando con el acompañamiento– lo convirtió en un referente único, admirado por millones y denostado por aquellos que no entendían que allí estaba gestándose una revolución.
En el jazz el rubato y el scat eran habituales, y eso maravillaba en Louis Amstrong, por ejemplo, pero en el tango eran vistos como una rareza, sobre todo en la era del triunfo de las orquestas bailables, cuando los músicos muchas veces estaban (sólo) al servicio de los danzarines. De Troilo egresó solista, una profesión que no tenía demasiados antecedentes exitosos y que le valió halagos y desventuras económicas importantes. La noche se pobló de sus anécdotas y amistades, se forjaron leyendas y rivalidades, el tango fue cambiando y su mundo de repercusión fue volviéndose cada vez más angosto. La edad de oro había terminado. Pocas de las estrellas del pasado sobrevivirían, la mayoría de ellas transformándose en algo muy diferente a lo que eran. Goyeneche se las arregló para seguir vigente mientras el mundo que conocía se desplomaba a su alrededor.
Grabó más de mil temas, convirtiéndose en vehículo central de ciertos repertorios, en un viaje que lo llevó desde los clásicos gardelianos hasta los registros de avanzada de la poética de Homero Expósito (entre ellos, clásicos actuales como Afiches, Maquillaje Naranjo en flor y Chau, no va más). Grabó, incluso, con Astor Piazzolla, con el que cumplió una temporada en un teatro de Buenos Aires, y fue tentado docenas de veces para hacer giras mundiales, por empresarios a los que solía decirles no sin revelar que en realidad se sentía mal lejos de Saavedra, de los dos boliches que frecuentaba. Existen centenares de opiniones sobre sus mejores interpretaciones, pero hay versiones suyas (las de Malena, Pompas de jabón, Nieblas del Riachuelo, Garúa, Gricel, Romance de barrio, Desencuentro, Canción desesperada, Sin palabras, Tú, En esta tarde gris, entre otras) que parecen, para siempre, inmejorables. Se rodeó de músicos y arregladores que jamás lo olvidarán, ni olvidarán que tuvieron el honor de compartir sus días, sus arrebatos y melancolías. Es obvio que hay un abismo entre su potencia y garbo cuando grabó con Troilo La última curda y su versión crepuscular y papeada de Viejo ciego, pocos días antes de su muerte, y que en el medio hubo una decadencia importante de sus recursos, pero la verdad es que el Polaco siempre fue grande, aún cuando renqueaba de la garganta o no tenía aire, acaso pagando un tributo a sus excesos de entusiasmo por la vida.
En los años ’80, en Estados Unidos, grabó un disco muy arriesgado (hizo temas clásicos como Volver y Sur, pero también perlas no tangueras como Gracias a la vida, de Violeta Parra; Como la cigarra, de María Elena Walsh, y Los ejes de mi carreta, de Atahualpa Yupanqui), con arreglos de Carlos Franzetti (pianista y compositor argentino de jazz radicado allí) que lo rodeó de un ropaje sonoro inspirado en el mundo de Frank Sinatra. Su trabajo como actor en 1987 en Sur, de Pino Solanas, le permitió empezar a relacionarse con el público de generaciones alejadas en general del consumo del tango, de las que fue un referente tardío. Cuando murió, la fría tarde del sábado 27 de agosto de 1994 era para todo el mundo el cantor vivo más importante de la historia del tango. Catorce años después, su estatura artística no para de crecer. Y son docenas los cantantes que frasean, que buscan, que encuentran, que se equivocan, que siguen, que mantienen viva la llama.

Y que los eunucos bufen



Y que los eunucos bufen

Por Carlos Polimeni. Miradas al Sur





El humor de Diego Capusotto se ha diseminado a lo largo de todo el mundo del consumo cultural argentino y ya es motivo de estudio universitario.







Está en los expositores más visibles de las cadenas de librerías, con el casi psicodélico Peter Capusotto, el libro, firmado por Diego Capusotto & Pedro Saborido, con ilustraciones de Alfonso Sierra. Está en la televisión pública, con la sexta temporada de Los videos de Peter Capusotto, llena de nuevas perlas de humor del siglo XXI. Está en los cines, con el estreno durante esta semana de Pájaros volando, la delirada película de Néstor Montalbano en que comparte protagónico con Luis Luque. Está diseminado por medio Youtube, red en que los videos de personajes como Bombita Rodríguez, Micki Vainilla, Pomelo o Violencia Rivas acumulan centenares de miles de entradas. Está en los anaqueles de los videoclubes, y en las estanterías de las casas, con las colecciones de videos de sus temporadas televisivas. Está en los canales de cable, con las repeticiones de viejos programas de Cha, cha, cha. Está en los diarios y revistas, que no se cansan de esperar de su parte mejores y más ingeniosas respuestas. Está en la memoria de la radio, en que su programa Lucy en el cielo con Capusottos ya es leyenda. Está en las remeras, que miles y miles de jóvenes pasean por ciudades argentinas con la certeza de llevar puesta una identidad. Y sin embargo, Diego Capusotto sigue peinado igual.

Decodificar por que razones la aventura artística de Diego se ha convertido en los últimos años en una sucesión de pequeños y moderados éxitos que en conjunto conforman un gran éxito es una tarea tan ardua… que casi nadie la lleva a cabo. Tal vez porque el humor no se explica, se disfruta o no, así como las complicidades no se revelan, se ejercen. Pero hay una cosa que está más o menos clara: se trata del triunfo de un modo crítico de ver a los medios de comunicación, gestada en los medios de comunicación, desde una mirada que condensa, sin habérselo propuesto, muchas otras miradas, humorísticas y políticas, que hasta aquí no se habían relacionado entre sí. En la estética de Capusotto y sus varios socios están las tradiciones del grotesco y el absurdo que caracterizaron a varias etapas del humor argentino en el siglo XX, pero también una evidente sátira muy del siglo XXI a la permanente manipulación que los medios electrónicos, y gráficos, concretan de la sensibilidad popular.
Esa mirada, y esto es un asunto generacional que explota de manera descarada en la banda de sonido de Pájaros volando, es necesariamente setentista. Está anclada en un modo de ver el mundo en que gritar ante la llegada de los ovnis a las sierras cordobesas un¡Viva Perón! no tiene nada que ver con lo que eso hubiera significado en los años ’40, los ’50, los ’90 u hoy. En programas como Cha, cha, cha o Todox2$ la ¿propuesta? era un humor televisivo moderno que no rozaba la arena de la política. Hoy, en todo el accionar de Capusotto y compañía, hay un evidente contenido político. Un punto de vista, para nada partidario, que define con toda claridad socios y aliados, adversarios y enemigos.
Los expertos universitarios, que hoy no atrasan como atrasaban los que esperaron que Tato Bores u Alberto Olmedo murieran para intentar entenderlos, lo dicen con una notoria propiedad: la estética de estos productos culturales consiste en una narración muy llamativa de un momento clave de una sociedad. En los programas de televisión de la dupla Saborido-Capusotto, apunta el politólogo Eduardo Rinesi, “no hay sólo una reflexión más interesante sobre los tiempos que corren, sobre la televisión que se mira y los lenguajes que se hablan (de distintas tribus, incluyendo algunas de ellas que integramos, hablan) en esta sociedad fragmentada, escindida, desquiciada, sino que también hay una percepción muy sutil acerca del modo en que nuestro presente hereda las facetas más dolorosas de nuestro pasado. Hay una reflexión sobre los setenta y sobre la presencia de los setenta en nuestras vidas, hay una reflexión sobre qué hacemos con la guerrilla, qué hacemos con nuestros muertos, sobre qué hacemos con los relatos heroicos del pasado, sobre qué hacemos con nuestro sesentismo”.
Rinesi hace esas precisiones en el prólogo de La sonrisa de mamá es como la de Perón. Capusotto: realidad política y cultura, un libro que recopila una serie de ensayos de profesores universitarios, editado por la Universidad Nacional de General Sarmiento, de la que es rector. El libro representa un avance sobre una postura intelectual definida hace tiempo por Horacio González, actual director de la Biblioteca Nacional, que afirmó en un comentado artículo que la estética de Bombita Rodríguez permitía que Capusotto expusiera “lo obtenido del fondo del mar sin comprenderlo cabalmente”, como una suerte de “candoroso pescador bufonesco”. Hace poco, Orlando Barone contó en televisión que Jacobo Timerman le narró que cuando estuvo detenido-desaparecido notó que los presos festejaban con ironía en el momento en que se cortaba la luz… porque ese día no serían picaneados. Lo hizo para subrayar que también es central cuando nos reímos de algo, desde qué lugar de pertenencia nos reímos, ahora que estamos aprendiendo a reírnos de las tragedias que durante un tiempo prudencial nos fueron tabú.
En ese sentido, subraya la profesora María Pía López, en La sonrisa de mamá…, que la estética de Capusotto constituye un mundo en que se acumulan contradicciones y paradojas: “trabaja con rasgos de la cultura mediática y realiza operaciones típicas de las vanguardias estéticas, realiza una visión paródica del peronismo pero también se burla de las maneras de la cultura juvenil contemporánea; supone un conocimiento amplio de la tradición del rock and roll y al mismo tiempo realiza una crítica lapidaria a sus clichés y manierismos”. En ese punto, hay un link entre lo que ha estado pasando con el mundo Capusotto durante los años del kirchnerismo y el fenómeno mundial de Los Simpson, una suerte de comedia posmoderna llenas de códigos del mundo del humorismo corrosivo estadounidense que impactó en el corazón de las masas internacionales cansadas de consumir las tradiciones ancladas en el humor que comenzó en la era del cine mudo. Pero hay al respecto, otra verdad que decir: que en lugar de seducir a todo el mundo, lo que Capusotto logra, con toda certeza, es dividir a su audiencia. Pudiendo sumar gente con leves retoques en el gusto musical, por ejemplo –lo que sugeriría cualquier gerente de programación de un canal privado de televisión– el programa, y pasa lo mismo con la película, se empeña en machacar con sonidos, figuras y estéticas ancladas en los momentos en que el rock era contracultura, no cultura de masas. Una operación muy tozuda, y al mismo tiempo, muy respetable.
En una vieja cantina del barrio de Villa Urquiza hay una bandera argentina colgada en una pared con una foto de Diego Maradona. La cruza una leyenda, que dice: “Un día le contarás a tus hijos que vos lo viste jugar”. Hace veinticinco años, Luis Alberto Spinetta, escribió en una canción: “Nunca me oíste a tiempo, siempre tuviste miedo”. Es bueno sentirse contemporáneo de la época que a uno le toca vivir, en un mundo repleto de gente que extraña el pasado irrecuperable o sueña con un destino por el que no hace nada. En esta época hermosa, porque todas las cartas están sobre la mesa, Capusotto es el rey del humor. Y que los eunucos bufen, como postuló una vez Roberto Arlt mientras se proponía escribir como quien tira golpes a la mandíbula.