POLIMENILANDIA


Ante todo, bienvenidos, todas y todos.


Este es un jardín de buenos momentos, un archivo tal vez arbitrario del trabajo diario en los medios de comunicación.


No está todo: apenas piezas --notas, conversaciones, entrevistas, programas--- del rompecabezas que se va armando en el día a día.


Que lo disfruten.













viernes, 30 de noviembre de 2012

Melancolía






Charla con Litto Nebbia en el programa “Talento Argentino” el 4 de febrero de 2009.

¿Por qué en la Argentina hay radios que sólo pasan canciones en inglés?



¿Por qué en la Argentina hay radios que sólo pasan canciones en inglés?




Por Carlos Polimeni. Miradas al Sur. Año 3. Edición número 143. Domingo 13 de febrero de 2011







En 1982, en pleno conflicto con Inglaterra por la Guerra de Malvinas, la dictadura que encabezaba Leopoldo Fortunato Galtieri prohibió por decreto la difusión de música extranjera en una medida insólita, demagógica y patriotera que generó un cambio muy fuerte en las programaciones de las radios argentinas. La medida, que duró apenas unas semanas, y en cuya lógica Los Beatles y los Rolling Stones eran voceros de Margaret Thatcher, originó un efecto impensado: disparó el boom del rock nacional, cuyos intérpretes jamás habían sido difundidos en paridad de condiciones por las emisoras desde su aparición, a mediados de los ’60. Los que vivieron aquella época tumultuosa y contradictoria recordarán de qué manera extraña en las mismas radios que antes los censuraban sin decirlo comenzaron a sonar temas, intérpretes y hasta discos completos que, por mucho tiempo, habían juntados polvo en los anaqueles de lo que no se programa. Sin la música en inglés, cuya difusión era respaldada económicamente por los sellos multinacionales, con publicidad paga y de la otra, de repente las radios argentinas parecían, en lo artístico, radios argentinas. Radios obedientes a una dictadura que tenía una serie de 300 temas prohibidos por el Comfer.

A casi treinta años de aquellos hechos, un extranjero que llega a la Argentina buscando escuchar por radio las novedades o las grandes clásicos de la música nacional, muchos de cuyos intérpretes tienen reconocimiento mundial, se encuentra con una sorpresa importante. Salvo que tengan apoyo explícito de la hoy decadente industria discográfica, los intérpretes argentinos casi no suenan en las radios argentinas. Es mucho más fácil encontrar en una radio nacional un tema de Shakira que uno de Adriana Varela. Se programa muchísimo más a Coldplay que Atahualpa Yupanqui. Las canciones de una tonta y pasajera estrellita televisiva como Selena Gómez rotan en las emisoras con una continuidad que nunca tuvo en vida Mercedes Sosa. Hay colmos, como radios prestigiosas del espectro de la FM porteña (Aspen 102.3, Blue 100.7 o la Metro 95.1) que no pasan música en castellano. Sólo pasan música en otros idiomas, salvo circunstancias muuuuuuuy especiales. Para sus propietarios, gerentes de programación, y aún para sus locutores, conductores y periodistas, este proceso, que llaman de segmentación del público, es natural. Si hay gente que las consume, las programaciones tienen sentido. El viejo truco de sus colegas de televisión, que justifican sus barrabasadas de programación afirmando que le dan al público lo que el público quiere. Dicen: así como hay radios que sólo pasan música en español, nosotros sólo pasamos música en inglés. Very good. En el interior, encontrar radios de FM con personalidad local definida es raro. Todas parecen seguir un modelo con sede en Buenos Aires, cuando no son, en rigor, repetidoras.
Argentina construyó durante mucho tiempo argentinos que desprecian lo propio y santifican lo ajeno. Argentinos que dicen con desprecio “este país”, en lugar de “mi país” o “el país”, encontrando siempre razones válidas. En el rubro del consumo cultural, millones de personas dijeron durante años que no veían cine argentino porque les parecía berreta, que no leían literatura latinoamericana porque les resultaba inferior a la europea, que no estaban dispuestas a pagar por una ópera si era de un compositor nacional, porque nunca estaría a la altura de una de Verdi, que preferían La Paloma a Mar de las Pampas, en una extensión de la preferencia sobre Palermo Viejo frente a Barracas. Ese comportamiento snob, superficial y ante todo inculto, perdura en el tiempo porque está alentado por factores de poder económico que los propios consumidores desconocen. Hay muchos jóvenes que escuchan una radio, por ejemplo Rock & Pop 95.9 o Mega 98.3, sin saber que detrás de cada una de ellas hay negocios, acuerdos y pactos con productores de espectáculos que predeterminan las líneas generales de programación. La gente consume, entonces, productos cuya difusión está en estricta relación con el dinero que gana la empresa que los promueve, sin que pesen para nada las calidades artísticas. Durante años, Rock & Pop promocionó los espectáculos que organizaba Daniel Grinbank porque Daniel Grinbank era su propietario, o el gerente de los nuevos dueños (que además, aunque sea un detallecito, violaban las leyes argentinas porque acumulaban emisoras aprovechando la inacción del Estado). Cuando el empresario se peleó con sus ex socios, a los que denunció además como vinculados al narcotráfico en México, Rock & Pop hacía como que no sabía que tocaban en Buenos Aires ¡¡¡los Rolling Stones!!!
¿Habrá en China chinos que digan que aman el cine, pero sólo ven cine extranjero? ¿Habrá en Inglaterra ingleses que escuchen canciones pero sólo si están interpretadas en otros idiomas? ¿Existirán en Estados Unidos lectores que detesten la literatura estadounidense? ¿Existirán en Francia emisoras de radio que no pasen, salvo accidente, temas de artistas franceses? Está claro que el gusto por el arte no puede imponerse, pero también que si hay difusión extrema para ciertos artistas o géneros y ninguna para otros, es imposible que el público pueda conocer y disfrutar de valores que son de interés artístico central. Salvo honrosas excepciones, las radios masivas no pasan hoy a Larralde, Goyeneche, Yupanqui, Pugliese, Aquelarre, Mercedes Sosa, Spinetta, Cuchi Leguizamón, Gardel, La Camerata, Cafrune, Edmundo Rivero, Moris, Piazzolla, Alma y Vida, Suma Paz, Floreal Ruiz, Ginastera, Troilo, Los Trovadores, Dino Saluzzi o Eduardo Falú, entre muchos grandes de verdad, privando así al público de recordar o conocer a artistas, canciones y obras que están clavados en el corazón de la cultura nacional y popular.
En AM, cuando un tema va por los 90 segundos, operadores, productores y hasta gerentes artísticos se ponen nerviosos. ¡Hay que hablarle encima o pasar a la tanda comercial, o a otro asunto porque del otro lado, suponen, la gente se aburre! Del otro lado, en rigor, miles de oyentes braman por la falta de respeto que significa no dejar que termine un tema de tres minutos. Pasa todos los días. En las FM, salvo las especializadas, como La Folklórica 98.7 o FM Tango 92.7, la enorme mayoría de lo que se programa, por “criterio artístico” (en realidad, muchas veces comercial), pertenece a una visión de la Argentina como una colonia artística anglosajona. Para colmo, algunas de las que pasan música en el idioma propio parecen, la mayor parte del tiempo, emisoras de Miami.
Es insólito para una sociedad madura que tenga que venir el Papá Estado a poner las cosas en su lugar con los contenidos artísticos, para que lo nacional tenga el mismo respeto que lo importado, en un país con una cultura musical más que notable. Pero si no lo hace el Estado, que tiene una Ley de Servicios Audiovisuales en aguas de borrajas, y no por su culpa, ¿quién lo hará? No lo harán aquellos que difunden con pasión de conversos a Daddy Yankee, Amy Winehouse y Lady Gaga, todos artistas interesantes, pero jamás pasaron, ni por equivocación, un tema de María Elena Walsh. Salvo el día que se fue al cielo, o al infierno, de los artistas.

Belgrano, el monopolio y Maradona




Belgrano, el monopolio y Maradona


Por Carlos Polimeni. Miradas al Sur.






Hasta que el 27 de febrero de 1812 Manuel Belgrano la enarboló por primera vez junto al Paraná, cerca de una villa llamada Rosario, la ex colonia que luego de 1860 se llamaría Argentina no tenía bandera propia. Las fuerzas patrióticas seguían usando los colores rojo y amarillo de España en las banderas con que combatían... a España. En las escuelas argentinas suele afirmarse que Belgrano utilizó para la enseña nacional los colores del cielo de la patria, pero el rigor de la historia dice otras cosas. Por ejemplo, que esos eran los colores de la Casa de Borbón que gobernaba España –hoy sigue haciéndolo, de algún modo– y también de la Virgen María en su Purísima e Inmaculada Concepción, patrona del Consulado Español en Buenos Aires. Allí, Belgrano había desempeñado funciones oficiales, luego de volver a estas tierras como un intelectual formado en la vanguardia del pensamiento europeo. Belgrano, que murió un día como hoy, el 20 de junio de 1820, solo, enfermo y pobre, desobedeció órdenes estrictas del gobierno nacional al llevar su bandera desde Rosario a las tropas del Ejército del Norte, del que lo habían designado comandante en jefe. Al enterarse Buenos Aires de su creación, el 3 de marzo de 1812 el Gobierno nacional intentó prohibirle por escrito que volviera e enarbolarla “por razones de política internacional”, ordenándole que la ocultara disimuladamente y la reemplazase por la usada en la Fortaleza porteña. Belgrano explicó con astucia, años después, que no pudo obedecer porque las instrucciones le llegaron a Rosario mientras marchaba a caballo rumbo al Norte. Por entonces, ya no había discusión posible sobre la necesidad de que la Argentina tuviera una bandera distinta a la de España. Hoy es el Día de la Bandera porque es imposible mencionarla sin pensar inmediatamente en la figura de aquel revolucionario cuyo bagaje intelectual fue clave en los agitados días de mayo de 1810.

Haciendo un ejercicio de imaginación, cualquier ciudadano puede divertirse pensando de qué modo hubiesen sido narrados los hechos de aquel tiempo de haber existido por entonces una prensa argentina como la de hoy. El diario que cree que su poder es el de ser de mayor circulación, podría haber titulado así un ejemplar de la semana de la creación de la Bandera: “Grave desobediencia enfrenta al Gobierno con un jefe militar”. Y en los días sucesivos, el matutino podría haber empezado a plantear que la oposición pedía un debate serio sobre la verdad de los hechos en Rosario y a preguntarse sobre el posible origen ilegítimo de los fondos que solventaron el viaje del general hacia el Norte, después del escándalo junto a Paraná. ¿Qué hubiese hecho el columnista de la Patria, el del diario tamaño sábana? Nos hubiese esclarecido con un texto de jesuítica claridad preludiado por este interrogante: “¿Necesitamos otra Bandera?”. El canal de noticias del Grupo no hubiese dudado sobre la importancia del tema. Hubiese estrenado un programa periodístico, con dos repeticiones posteriores, con este título: “Belgrano: toda la verdad sobre el hombre que sirve a dos patrones”. Lo mejor de imaginar cierta lógica mediática de hoy aplicada a la historia es que es fácil predecir la cantidad de llamados de oyentes que recibirían los programas de radio con ciudadanos repitiendo como propios los argumentos que los periodistas se fuerzan por sostener a la hora de contar como verdad una versión casi siempre interesada de lo que está pasando. “Hola, soy Gustavo de Lomas del Mirador y pienso que Belgrano está despilfarrando el dinero de nuestros impuestos en un gasto al divino cohete. Muy bueno el programa.” “Sobre el tema de Belgrano: ¿hasta cuándo este gobierno tolerará que lo desafíen en público? ¿Ustedes piensan de verdad que no recibió la orden de terminar con esa fantochada de la bandera propia antes de viajar al Norte con viáticos del Estado? Soy María de Colegiales, los escucho siempre.”
Hablar hoy de temas como la Patria, Belgrano, la Bandera y los medios, es hablar desde otra perspectiva, de la Argentina de junio de 2010, con un seleccionado de fútbol llenando de esperanzas y sueños a un país repleto de internas y de malas leches al disputar un Mundial en Sudáfrica. La Argentina tiene al frente del equipo a su único mito vivo: el indomeñable Diego Armando Maradona. Y para el mundo completo verlo de nuevo bien en las canchas de fútbol es una noticia sorprendente. Pero para adentro, se cuecen otras habas. No pueden mirar sus hijos o a sus nietos a los ojos cuando lo dicen, pero hay muchos argentinos que quisieran que al equipo le vaya mal en Sudáfrica 2010. Para la mayoría de ellos el problema es que Maradona, el amigo de Fidel Castro que tiene al Che tatuado en el cuerpo, simpatiza con el gobierno nacional. Y además apoyó el proyecto llamado Fútbol para Todos y como si faltara poco, terminó recibiendo en Sudáfrica a Estela de Carlotto. Si a Maradona le va bien, al Gobierno le va bien, simplifican. Y entonces, apuestan en contra. Los medios no pueden decirlo de esta forma, por lo que llevan meses de una campaña, a veces larvada y a veces evidente, contra el seleccionado al que, sin embargo, deben aparecer apoyando para no revelar su juego perverso ante los millones de argentinos que nada saben de internas y mala leche sistemáticas. Maradona, que jamás come vidrio, los embocó ya varias veces, y no se lo perdonarán. Su frase “Que la sigan mamando” después de la angustiosa clasificación para el Mundial del equipo que había recibido en muy mal estado de manos de Alfio Basile, estuvo dirigida al corazón de esos operadores del mayor poder de la sociedad argentina disfrazados de periodistas deportivos.
La Argentina puede ganar el Mundial (ojala que así sea) o ser eliminada en cualquiera de las instancias decisivas, pero en sólo dos partidos del equipo, han caído por su propio peso y de modo estrepitoso la mayoría de las objeciones fabricadas por la usina del periodismo canallesco para intentar perjudicar a Maradona porque en realidad no soportan su independencia. Dijeron que era poco afecto a entrenar en serio y los jugadores son aviones en la cancha. Dijeron que no trabajaba con pelota parada y hubo al menos dos de los cinco goles que fueron jugadas preparadas en las prácticas. Dijeron que ponía en el equipo a un jugador porque tenía negocios con su hermano y ese jugador, Heinze, hizo el gol del primer triunfo. Dijeron que intentaba opacar a Messi por celos, y en lo que va del torneo Messi brilla como nunca en la Selección. Dijeron que ponía al Kun Agüero porque es su yerno y el Kun la rompió cuando entró ante Corea del Sur. Dijeron que no tenía experiencia y Diego había jugado antes cuatro Mundiales (1982, 1986, 1990 y 1994), llegando en dos al partido final, además de haber sido campeón mundial Juvenil en 1979 y de haber participado del proceso previo al Mundial 78. Dijeron que su temperamento le juega malas pasadas, y Diego está más calmo y centrado que en toda su vida. Ahora dicen... que en realidad piensa como un futbolista pero el equipo lo manejan Enrique y Mancuso.
Si el periodismo es la primera versión de la historia... ¡qué suerte que hay otras versiones!.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Solano López y su Eternauta







Entrevista a Francisco Solano López en Radio Nacional. El reconocido dibujante e historietista habla sobre la ciencia ficción y la realidad cotidiana en “El Eternauta”.